Etiquetas

lunes, 6 de octubre de 2014

Cántame, para dormir.

Empapada en sudor frío. Vomito, mi pesadilla.


" Infortunio para ustedes, Tierra y mar,
pues el demonio, ha mandado a la bestia con ira,
porque él sabe que el tiempo es corto,
dejad al que entiende, el número de la bestia, 
pues es un número humano.
Su número es el seiscientos sesenta y seis.

( Apocalipsis, capítulo XIII, versículo 18)




Estoy sola, mi mente está completamente en blanco, necesito tiempo para pensar. Miro el reloj, marca las tres de la madrugada, toco la cama, para asegurarme de que estoy en ella, me seco con las sábanas, el sudor frío de mis pechos, mi respiración acelerada, va suavizándose. No es real, pero lo he sentido como tal. Piensa en algo, sácate de la cabeza, esa mirada que te ha dejado completamente paralizada . Sólo ha sido un sueño. Un mal sueño.

De nuevo miro las agujas del reloj, son las cinco de la madrugada. Esas dos horas, han sido minutos para mi. He perdido la noción del tiempo, me habré quedado sumergida en un sueño. No, mis ojos están abiertos, no he dormido, sólo que el tiempo se ha evaporado, con mi mente vacía. He estado inmovilizada de miedo, durante dos horas. He de ir al baño, pero estoy inerte. Tengo que lavarme el rostro, para despejarme y sentir que no es real. 

Necesito tiempo para pensar y recuperar los recuerdos de mi sueño. 


Qué es lo que vi?
Qué es lo que vi, en la oscuridad de mi mente, fue real y no una fantasía?


Quizás lo que he visto eran reflejos de mi retorcida razón, devolviéndome la mirada.

Mis sueños siempre están ahí. Esos ojos malvados, que me llevan a la desesperación, desvelándome.

En la niebla, esos párpados cerrados, esa figura blanca de mujer, que me atrae y me deja paralizada, sin poder mover mis descalzos pies, ni un ápice de esa fría arena, de esa playa, donde no se oye nada, todo es silencio absoluto, ni tan si quiera el romper de las olas. 

Mis hijos me gritan desde el coche, mamá no vayas, ven, mamá y sigo allí estática, inmóvil, mirando esos ojos cerrados, que me atraen y me dan pavor a la vez. Es curioso, su pelo blanco como la nieve, se mece al son del viento, pero no siento ese viento en mi, no lo siento. No puedo apartar mi mirada de esos párpados. Siento un escalofrío recorriendo todo mi ser y no puedo moverme, quiero huir de ellos,  pero no puedo, sigo allí, esperando, hipnotizada en esa mirada inexistente. 


Los gritos de mis hijos, suenan cada vez más lejanos y estoy cada vez más cerca de ese ser etéreo, malvado, sin mover mis pies, como si flotara atrayéndome hacia ella. 

Nuestros rostros están frente a frente, siento su aliento en mi boca, esa nube fétida, putrefacta, entonces lo veo, veo esos párpados transparentes, veo a través de ellos, esas cuencas vacías, solo se ve oscuridad. Una profunda oscuridad. Sombras que se retuercen de dolor, bailando una extraña danza. La danza de la muerte.

Allí estoy de pie, observando ese dantesco baile de sombras, en el principio, del fin.
Allí estás tú, esa niña que amaste, bailando con la muerte, con sus músculos atrofiados, como una manzana, pudriéndose. Aquí estás tú, la mujer que temes, dormida en tu dolor. Puedes suicidarte ahora, porque ya estás muerta. La niña que amaste es el monstruo que temes ahora.


Me despierto, sobresaltada, empapada en sudor frío y paralizada de miedo, siempre en el mismo instante que esos párpados comienzan a abrirse. 

Sólo deseo que me canten al oído, para poder así, dormir.







Y no tengo miedo a morir, en cualquier momento lo haré, no me importa.









3 comentarios:

  1. Mi chiquitina. Cuanto me gustaria darte la mano en esos momentos. Tómala por aquí. Un beso

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado. La sensación de angustia y desasosiego va creciendo a medida que el relato avanza, un relato que se hace más y más perturbador, acorde con esos demonios del sueño encargados de urdir la trama, esos demonios que se cuelan por cualquier fisura abierta en la piel del durmiente para transportarle a perturbadores e ignotos parajes .

    ResponderEliminar